miércoles

Poblanísimo

Con motivo del cumpleaños de la ciudad, el Instituto Municipal de Arte y Cultura de la ciudad, la de Puebla, quiero decir, organizó una pasarela de voces que tituló Poblanísimo, donde durante 478 minutos, por ser el aniversario 478, cerca de 47 poblanas y poblanos hablamos sobre los más diversos temas...
Mi nombre, no sé cómo, de veras no sé, alguien lo mencionó y alguien más estuvo de acuerdo y al final me llegó una invitación con la firma de la alcaldesa. Y acepté, aunque el tema era uno que nunca pensé tocar en mi vida, lo acepté: los merengueros.
Pues bueno, de algún modo hice lo posible pa que mis temas coincidieran con el casi cursi tema del merengue, el gaznate y la duquesa.
Así pues, éste es el texto que leí durante mis 478 segundos asignados. Después del Chelís, de Joseluis Ibarra Mazari (quien después de muerto sigue hablando, el maravilloso) y de Antonio Álvarez Morán, la tarea no fue fácil, lo que agradezco es haber ido antes del gran Yuca y del terrible Montero Ponce. Por fortuna no tuve que oir las bárbaridades del idiota de Mario Marín ni las del rector pirrurris Agüera, que ni es poblano.

Acá mi choro:

Los merengues nos adornan el paladar, nos recuerdan, barrocos al fin que somos y nos asumimos, que el endulzarnos la boca nos endulza también el corazón y el resto del cuerpo. La casa de Alfeñique (que no del alfeñique) nos recuerda esa tradición repostera de nuestra Angelópolis. Ese gusto desmedido por los arabescos del azúcar. Son motivo de celebración los merengues y sus formas y también sus proveedores, los merengueros, que nos hacen más pasables y menos amargos los días actuales en Puebla.
Cuando era niño no comía merengues de esos que venden los merengueros, esto tiene una razón muy sencilla: yo crecí en la 6 oriente, la calle de santa clara, la calle de los dulces. Lo que comía eran gaznates o caracoles, como se les llama también. Y por supuesto, sabía cuál era la camotería que vendía los mejores. No sé si lo siga siendo.
Después, crecí y fui dejando poco a poco de rondar la antigua calle de Mujeres, para concentrarme en otras cosas. Pero en algunas comidas familiares comíamos merengues que algún tío llevaba para la ocasión.
Cuando verdaderamente comencé a consumir merengues con cierta pasión fue cuando me alejé de mi familia y sus comidas y comencé a vivir de otra manera y coincide también con el momento en qué empecé a escribir. Yo trabajaba en un café-bar que estuvo en la 3 oriente y el callejón de los sapos, se llamó la obra y fue el lugar más hermoso del mundo. Ahí llegaba un merenguero al que le empecé a comprar de manera cotidiana, sólo duquesas que son mis favoritas, de vez en cuando un gaznate.
Esto lo empecé a hacer todos los días.
Entonces comenzó la relación con este merenguero, la cual es un poco extraña.
La obra tuvo que cerrar por motivos de injusticia social. Y yo migré con mis amigos literarios de entonces y los no literarios también, a un café que tampoco existe ya y que se llamó bicu huiini. Ahí me encontró mi merenguero.
Cabe decir que a ningún otro le compro ni le he comprado en todos estos años. Sólo a él. Que ha sabido buscarme y encontrarme en los rincones más brillantes y más sórdidos de esta ciudad, lo mismo en cantinas, que en marchas o en cafés o viendo chucherías en Los Sapos o echando novio por detrás del Carolino. Cosa que le agradezco.
¡Llegaron los merengues! Es su grito de batalla, su saludo por el cual le identifico.
Además de todo esto, comer merengues para mí ha sido un acto social, porque yo siempre he estado acompañado de alguien cuando nuestro personaje aparece, y es cosa común que esas personas sean convidadas por mí o por el antojo a degustar un merengue.
Tengo la percepción que el del merenguero y el del poeta son oficios muy parecidos. Ninguno de los dos vivimos de lo que hacemos: sería muy ingenuo pensar que los merengueros viven sólo de vender sus productos artesanales, así, los poetas tampoco vivimos de nuestra poesía.
Tenemos que dedicarnos a otras cosas.
Y este merenguero del que les hablo, no es la excepción, también es músico. Es bajista de una banda de norteño que toca en el Alto por las noches. Lo sé porque nos lo contó un día en el café referido al principio, mientras la banda que tocaba los fines de semana ensayaba y el veía casi con lujuria el bajo.
Al igual que los poetas, los merengueros son rara avis en la ciudad, no están, ninguna de las dos especies, en extinción, pero se dejan ver poco conforme pasan los días.
Además son amigos del juego y el azar. No se amedrentan si alguien les juega un volado, es parte ya de una tradición cuyo origen para mí, se encuentra perdido en alguna vecindad de esas que ahora son hoteles o ruinas. Debo confesar, también, que nunca le he jugado un volado a mi proveedor de duquesas… si bien me considero un tipo con suerte, sé que ellos son como los gitanos de la moneda al aire y con expertos en azar, no me meto.
Al contrario de los mueganeros, o los vendedores de trompadas y charamuscas o el único vendedor en Puebla de gallinitas de pepita, los merengueros aún se defienden y son tribu. Otra característica que me llama la atención de esta especie, es que no hay merengueras.
Los merengueros son hombres, pero estoy seguro que en casa, quienes compran los huevos, quienes baten las claras, ciernen el azúcar y vierten el pulque, que son la base fundamental de todo merengue y podríamos decir que de muchos poemas, son ellas, así que venga este pequeño homenaje también para ellas, las merengueras, las artífices de los merengues.
Decía yo que los merengueros o los poetas no podemos dedicarnos sólo a ser merengueros o poetas, nosotros también somos ciudadanos.
Así, en este ejercicio de imaginar, me imagino la ciudad real: un merenguero que se traviste por las noches para ejercer el digno trabajo sexual y que es acosado, perseguido, humillado, golpeado por la policía sin que a nadie le importe mucho. Curiosa coincidencia, como a periodistas y poetas les pasa también.
O una merenguera que a falta de una educación sexual de calidad o de tener información accesible sobre anticoncepción, quedó embarazada. Y no puede abortar en una clínica privada como las hijas de quienes se oponen a despenalizar el derecho sobre el cuerpo, y tiene que acudir a los servicios de una comadrona y no hay ley que la proteja… todavía.
Es ahí, en la ciudad real, con los inconformes, los manifestantes, los abajofirmantes, donde también me encuentra el merenguero entre la multitud, las consignas y las pancartas, y donde sin duda, haré una pausa para echarme mi duquesa y respirar y seguir exigiendo…
Tal vez su pequeña ventaja sea que él aún puede andar las calles y pregonar alimentando así la cultura y la vida cotidiana de la ciudad; los artistas que lo intentan no corren con la misma suerte.
Para ser merenguero hace falta pulque pero sobre todo muchos huevos, y claro, también azúcar si no, no habría merengues. Para ser ciudadano hoy día, también hace falta todo eso. Cuando no soy poeta, soy un ciudadano de esta urbe. Barroca y enmerengada, hipócrita, caótica y poética, hermosa y también encabronada de las cosas que ocurren en sus entrañas y parece que nadie ve. Y también nosotros, los ciudadanos poblanos, la celebramos y la abrazamos, mientras comemos merengues y conjuramos desde la realidad por la ciudad que hemos soñado. Que poco o nada se parece a la que soñó Julián Garcés hace ya más de 478 años, pero eso sí, nos endulzamos la vida comiendo duquesas, gaznates, merengues en nuestra barroca realidad.

Gracias

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