jueves

Los zopilotes llegan a Cultura



Brahim Z. Salazar

Es temporada de zopilotes, parafraseando a Paco Ignacio Taibo II, en el país entero. Nos matan a nuestras poetas en el norte. Nos matan a todas las mujeres en todo el territorio. Nos matan.
         Ante la muerte habría mucho que hacer, ante el derramamiento de sangre hay mucho que decir, pero sin duda desde mi condición no de activista social, sino de escritor de poemas, pero sobre todo de amigo de artistas, de consumidor de libros, de visitante de museos y galerías, de espectador de teatro, de melómano iracundo y de cinéfilo romántico, puedo decir que la cultura nos salvará o por lo menos representa una fuerte contraposición al ambiente necrocrático de nuestro país.
         Parafraseadno, una vez más, a Truman Capote: lo que reconocemos con el tiempo de las civilizaciones que han fracasado (y todas lo haremos), no es el dinero, es alguna canción, una escultura, un poema, restos arquitectónicos.
         La cultura, esa en la que todo cabe y no todo lo es, es la expresión máxima de la civilización, es el triunfo de la humanidad sobre la barbarie. Y no es la “alta cultura” a la que se ha apostado institucionalmente desde los tiempos de Pedro Ángel Palou en caso de Puebla —que es justo de lo que quiero hablar— sino también las expresiones lingüísticas, sincréticas y espontáneas de la cotidianidad de nuestro estado. Es toda la cultura la que nos da significado y sentido como personas, como ciudadanas y ciudadanos, como habitantes de un lugar.
         Pero eso a los enemigos de la vida y la cultura no les interesa. A quienes se apuestan por proyectos macroeconómicos y la represión como mecanismo de resolución de conflictos, al cuidado de la imagen, a la simulación y el discurso sobadísimo y huequísimo, no les va ni les viene la cultura. A la clase política, pues.
         Siempre es la tonta del presupuesto, a la que se le puede recortar todo hasta la impudicia y no pasa nada. O ellos piensan que no pasa nada. Pero pasa.
         A Mario Marín la política cultural le importó un cacahuate y por ello en los últimos años del sexenio el protagonismo de la Secretaría de Cultura se desdibujó y acabó siendo la dependencia que organizaba festivalotes. Pensó que haciendo canchas de futbol combatía las adicciones y les daba los jóvenes “oportunidades para salir adelante” y que con correr mucho basta para no pensar en “esas cosas”. Falta más, pero qué podemos esperar del señor aquél de los coscorrones, las botellitas de cognac y la megalomanía rampante.
         No es, como algunos diputados electos han declarado en su infinita postura de no incomodar al nuevo patrón, un asunto de membretes, de forma pero no de fondo. Cuando hablamos de lo institucional forma es fondo, porque un nombre no es un nombre nomás, es una categoría, es un modelo de toma de decisiones, es una manera de asignar y repartir presupuestos. No es nomás que ahora pase de ser X a ser Y y nomás, todo siga como está. La ingenuidad es un mal que con los años y fuerza dde chingadazos se nos ha ido quitando. Éste ya no es el estado que gobernó el abuelo, afortunadamente.
         La imposición no es un ejercicio democrático, y eso no sólo lo debería saber el poco democrático Partido Acción Nacional, sino también los otros que llegaron con él a administrar los despojos del marinismo, Convergencia y el de la Revolución Democrática, que presumen precisamente de tener una lucha democrática. Si la política cultural, su manera de generarla y administrarla en el estado, están levantando ámpula, señores y señoras, caramba, den un ejemplo republicano y lleven el tema a la mesa: dialoguen, escuchen las propuestas, construyamos juntos una política cultural a la altura de las circunstancias. ¿Propuestas? He escuchado muchísimas. Por ejemplo la de Gerardo Pérez Muñoz que publicó en Milenio en días pasados y me parece congruente con los tiempos que corren.
         No basta que el rector Agüera salga de bombero a decir que la universidad también pondrá dinero para la cultura. ¿De qué habla Agüera cuando dice cultura? ¿De Adal Ramones? ¿De Enrique Iglesias? ¿Del teatro que produce Televisa? Pues sí, esa es cultura también, pero para hacer dinero, para entretener y para presumir. Pero no es hacer un proyecto cultural, no es hacer agenda, no es hacer política pública. No es reflexionar, ni preservar, es justamente lo contrario. Las funciones de la universidad no son ser una agencia de espectáculos, hacerle la chamba al gobierno del estado, subsanar los errores o darle coba a las imposiciones. Son otras, pero al rector se le olvida fácilmente.
         La incertidumbre es algo con lo que debemos acostumbrarnos a vivir, la resistencia al cambio es algo inherente a las personas, sin embargo estas dos sensaciones se pueden sanar con un ejercicio de simple y llano diálogo con quienes tienen que ver con la vida cultural, pero sobre todo, con las políticas culturales de Puebla. Mala señal es empezar con imposiciones y miradas únicas sobre temas tan complejos sobre los que se ignora casi todo.
         ¿Cuándo fue la última vez que vimos a un funcionario, a un diputado, a un político en un concierto que no fuera el de los Tigres del Norte? ¿Cuándo en una conferencia o presentación de un libro de ficción o poesía? ¿Cuándo fue la última vez que vio a alguno de los políticos que deciden sobre estas cosas en un performance, en un teatrito independiente, en un carnaval o en un fandango? De eso se trata. Escuchen a los expertos, déjense de números. Piensen en la gente. En las personas. No pierden poder, por favor, ganan legitimidad.
         ¿Quieren hacer política de otro modo? Democraticen sus decisiones póngalas a consideración. Porque yo sigo viendo un gobierno típicamente priista en 1990 y no uno aliancista en 2011 en Puebla. Sí, la memoria también sirve para preservar la cultura. Y hay cosas que más vale que no se nos olviden nunca.
         En Puebla, ¿cómo acabaremos con esta temporada de zopilotes? Está en las manos de quienes desde el 31 próximo tomarán las decisiones en el estado.
        
        

        

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