martes

Una de scouts


Hablaré desde muy dentro.
Vale.
Conocí a Alicia (no es su verdadero nombre) cuando ella tenía como 15 años, hace casi 10. Ni sé cómo dimos la una con el otro, pero eran los años del Beso, la condonería que monté con Laura y que de a poco se convirtió en un espacio de encuentro, coincidencia, resistencia, donde se forjaron amistades entrañables que aún ahora siguen siendo rocas fuertes para los diques de la resistencia.

En ese momento me sorprendió encontrar a una chica scout metida muchas tardes en El Beso. Una chica scout lesbiana, pues.

Recuerdo su salida del clóset, la violencia doméstica. Largas tardes de hablar y hablar. Otras sólo de guardar silencio. Vidal fue fundamental: su rabia, su impotencia ante la violencia que sufría su amiga, su propia realidad lésbica, su sororidad sin límite ayudaron mucho a que Alicia sorteara esa tormenta que nunca mereció pasar.

Sufrió discriminación en la institución donde militaba. Recuerdo que en el diplo de sexualidad que tomaba entonces había una chica scout que tenía un cargo importante dentro de la organización, no me pregunten cuál: ignoro por completo la compleja y rígida estructura con la que se sostiene.

Yo hablé con esta chica y me aseguró que eso era impensable. Yo sabía que no, que Alicia no mentía, que la veía llorar en las tardes y que su desesperación me tocaba. Insistí.

En algún momento planeamos una acción de incidencia mediática, pero mi amiga desistió; no quería dañar un grupo al cual le era leal y del cual sabía diferenciar valores de los principios morales de sus integrantes. Aunque parecía generalizado, no lo era.

A veces, quienes estamos de este lado no entendemos la insistencia de la gente por encajar en espacios de mucha restricción o con ambientes francamente homófobos y preferimos cerrar esa puerta. Pero también ocurre que eso no cambia nada.

Y Alicia decidió cambiarlo.

Cambió de grupo scout, pero no salió del movimiento.

Cambió de actitud y se hizo fuerte. Muy fuerte.

Cambió y creció, entró a la universidad, entró duro su cuerpo, leyó.

Yo hice lo propio después de traspasar El Beso. Dejé de verla con frecuencia, pero solía preguntarle, encontrarla en la red, saber. Supe que su madre había aprendido a aceptar su orientación, que entró a la universidad, que incluso estudió la misma carrera que mi hermana. Supe que no había abandonado los scouts... supe que quería verme porque tenía algo en mente. Y nos vimos.

Mi abuela Celia me enseñó a ser generoso, abrir puertas, escuchar y en la medida de mis alcances, ayudar. Aunque a veces no me sale, procuro hacerlo. En el caso de Alicia, no podía ser de otra manera, a pesar de mi saturada agenda de trabajo.

No había renunciado a los scouts, sólo al grupo donde estaba y ahora, estos años luego, ya tenía un cargo alto. Poder de incidencia. Y ese era su proyecto: formar a las chicas y chicos en derechos humanos, para que a la vez pudieran hablar con la gente sobre ellos a través de actividades sabatinas.
Empezar pues con los derechos humanos... (si ustedes conocen mi historia en el activismo sabrán que una cosa, a veces, lleva a la otra).

Lo hizo, Miss V y yo le ayudamos como pudimos y entendimos, pero en realidad, Alicia lo hizo sola con la fuerza y la convicción de quien no quiere el dolor en la gente que le rodea.

Pues eso.

El sábado pasado Alicia hizo que la tropa nos mostrara y nos explicara su trabajo. Y habló de mí. De la inspiración que le di y del respaldo que siempre sintió de mi parte para no caer. Sobra decirlo: nos echamos a llorar de la emoción. Me conmovió todo. Ella no lo sabe o no lo ve, pero hacer que un puñado de chicos tomen el tema, lo reflexionen, lo investiguen, lo dialoguen y además se lo compartan a la gente contagiados por la fuerza de Alicia, pues no, no es cosa fácil. Nada fácil.

Es muchísimo.

Y será muchísimo más.
Saber que lo que hago inspira estas acciones me pone de buenas, me pone mejor. Me da resonancia, sentido. Sé que no estoy en un desierto, sé que las voces de la selva me devuelven ecos y diálogos con mis clamores. Y es ahí con los más pequeños, donde alguien a quien ayudé un día, hace la diferencia.

Y vuelvo a mi refrán favorito, uno africano, en estos menesteres: Si piensas que eres demasiado pequeño para hacer el cambio, intenta dormir en un cuarto cerrado con un mosquito.

No seré más que eso, un mosquito en la gran historia del mundo. Pero una noche no dejaré dormir al opresor y otras noches, serán ellos, los chicos de Alicia y ella misma. A eso aspiro: contagiar la posibilidad de no quedarnos en el pasmo ni en la intimidad de nada. Salir a defender lo divino, el lugar, como canta Fito Páez.

Alicia es mi heroína. Lo es porque no se aisló en un ghetto de lamentos. Prefirió optar por cambiar la realidad espantosa que la oprimía, para que no oprimiera a nadie más. Optó por la solidaridad  el cambio. Optó por la libertad. No sólo sentirse bien, sino cambiar a su institución para que las demás personas se sientan bien ahí. Esas son las personas que necesitamos para que la humanidad siga girando con el mundo.

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PD El domingo pasado, una semana después, otra amiga que no sabía que era scout llevó a su tropa a bordar por la paz a la Plaza de la Democracia. Algo se mueve desde lo profundo y la sorpresa llegará de ahí, de donde nadie ve ni espera.

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