miércoles

Hueva

El otro día llegué y vi que mi casa —su casa de ustedes como diría el clásico de la etiqueta nacional—, había sido censada por los chicos del INEGI que recorren el país para saber quiénes somos y a qué dedicamos el tiempo libre.
Supuse que alguna de las dos personas con las que comparto espacio habría respondido el cuestionario.
Pero no fue así. La chica del INEGI, desesperada por nuestros horrendos horarios que nos hacen estar en casa a deshoras, decidió consultarle a nuestra amable vecina, una ancianita de 80 y pico de años que siempre está en su casa, nuestros datos para el censo. Además tuvo el cinismo de pegar la estampita de “censada”.
Esto lo sabemos porque la misma vecina nos lo confesó, ignoro aún si con una sonrisa burlona o con cara de se me chispoteó, pues siempre, hasta para las malas noticias, sonríe.
No sé si es un asunto de metodología, pero deberían dejar el cuestionario por debajo de la puerta si les da tanta hueva volver a hacer su visita, o deberían plantearse las metas diarias de manera más eficaz, dejar una notificación para responder el censo en línea o por teléfono, como se supone que deben hacer, porque existe esa posibilidad, pero no, supongo que les da hueva. No se necesitan los datos rápido, se necesitan los datos reales, creo yo.
La viejecita amable, les respondió que en casa hay un matrimonio, cuando no lo hay, que somos católicos cuando no lo somos y que una de las personas que vive aquí, no vive aquí sino que “viene a dormir de vez en cuando”. Supongo que desde su mirada heteronormada conservadora habrá dicho que yo soy el jefe del hogar, cuando en este hogar no hay “jefes”, sino que nos repartimos las tareas y acordamos las decisiones. Aunque estoy seguro que un día de estos doy un golpe de Estado.
Ahora, el INEGI tiene registradas puras mentiras sobre mi hogar en su base de datos. ¿Qué procede?
Supongo que deberé hacer lo que cualquier ciudadano civilizado haría: llamar al INEGI a responder la verdad sobre mi hogar para que el censo realmente funcione. ¿Cuánta gente habrá en el país que tenga viejecitas informantes frente a sus casas que hagan de este censo un documento falaz? ¿Cuántos de estos ciudadanos lo dejarán pasar nomás porque sí, porque como a la encuestadora asignada para mi edificio, les da hueva?
¿Y entonces, cómo tendremos aproximaciones a la verdad, a lo que somos o no quienes vivimos en este país?
Tal vez mi decisión de intentar responder el cuestionario del censo no tenga su origen en un asunto ético sino práctico: una de mis fuentes documentales en el trabajo cotidiano que hago son los datos que arroja el INEGI, si lo que vivo en carne propia es que se basan en los dichos de los vecinos porque les da hueva regresar, pues tendré que inventarme otra fuente documental para lo estadístico. Lo cual francamente me da mucha hueva.
Por lo pronto ya quité la estampita de censado de mi puerta. Mañana comenzará el calvario burocrático de querer decirle la verdad a una institución del Estado que dice que tiene un mecanismo para responder el censo pero que sus representantes no usan. Qué hueva.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Anda, tira tu veneno o endúlzame, pero no te vayas sin exhibir tus ideas...