lunes

Ante la muerte, propongo

Muerte a la muerte, era -es, supongo- uno de los gritos de batalla de Fito Páez.
Y sé que no se refería al hecho intrínseco de morir, sino al evitable de matar, de morir a manos de alguien. De caer inconcluso.
Un gobierno-muerte, un poder hecho a fuerza de segar las ciudades con la guadaña de la pálida dama. Esa es la vida cotidiana, la historia que tejemos en este país: la necrocracia no sólo de Felipe Calderón, eso es reducirlo a la incapacidad de un hombrecito que apenas y puede con su alcoholismo.
Es una necrocracia construída a fuerza de cinismo, desinterés, mucho dinero e ignorancia. Empresarios, partidos políticos, gobernantes de todos los niveles han jugado el juego del poder y la simulación: la doble moral de sus vidas privadas llevada al escándalo de la vida pública.
Una necrocracia que se construye sobre la miseria de las mayorías minorizadas: el culmen de un capitalismo caníbal que sólo tiene rostro de presente y dinero.
Porque está claro que la historia para estos señores es una vieja incontinente a punto de morir: el futuro para todos ellos es el día de su muerte. El pasado, el día que nacieron. La sociedad: la vaca a la que se le puede ordeñar todo lo necesario para conservar el estatus. Y ahí, sentadita en su trono de oro mirando, La Muerte.
El empacho de cadáveres que padecemos las ciudadanas y ciudadanos es brutal.
Es hora de apostarnos en nuestras ciudades y reclamar lo que es nuestro por derecho: la libertad, la decisión, el poder. Pero no el poder como lo ha entendido esta caterva de cuervos y buitres. Sino el poder vital, el poder que nos permite entendernos y organizarnos de una mejor manera.
Tal vez resulte ingenuo, absurdo o incluso ridículo, pero propongo que hagamos de nuestros muertos y muertas algo más que una estadística macabra.
Mi propuesta es simple: devolvamos la dignidad y la memoria a nuestras ciudades; ellos, los asesinos, no tienen memoria, ni historia ni vida. Nosotras y nosotros sí. Es nuestra arma.
Renombremos, organizémonos y renombremos: las calles, las plazas, los mercados, las bibliotecas, lo público, lo nuestro.
¿Por qué razón debemos tener calles y avenidas que se llamen Carlos Salinas, Mario Marín o Fidel Velásquez? ¿Por qué escuelas que lleven el nombre de Gustavo Díaz Ordaz o de Luis Echeverría? ¿Por qué en mi ciudad hay una biblioteca que se llama Manuel Barttlet?
Yo quiero una calle que se llame Griselda Tirado, que se llame Marisela Escobedo, una plaza Digna Ochoa, un mercado Bety Cariño, una biblioteca Luis Carlos santiago Orozco. Y quiero además más lugares con nombres de poetas, de artistas, de creadoras y creadores, no de asesinos.
Yo quiero a mis muertas y muertos en mi ciudad, en las ciudades, en el país recordándonos cada día, cada instante la razón por la que su nombre está en nuestra memoria, pero sobre todo, recordando que son mis héroes y heroínas, que me construyen, que no se apostaron por la burocracia y que siendo personas comunes tomaron la opción de hacer cosas extraordinarias y la vida se les fue en ello. Gobernar o tener cierta fama no es razón para que un espacio público lleve un nombre. Hay que ganárselo. Y a nosotras ciudadanas y ciudadanos nos toca honrar la memoria de nuestras, nuestros muertos. Devolvernos las ciudades. Sus lugares.Apropiarnos de lo que la muerte y sus canes nos están arrebatando: nuestra historia.
¿Cuándo empezamos?

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