sábado

Ahora puedo decir adiós

Ahora puedo decir adiós. No enjugarme las lágrimas, no hacerme fuerte, no dar la cara.
Ahora, en esta mañana de primavera con el azúcar haciendo estragos en mi cuerpo, con los amores pendiendo como las hojas de los árboles otoñales, con la espalda cargando al mundo y la sonrisa de mi sobrino enmedio de todo como cuña para no caerme, ahora, puedo decir, por fin, adiós.
Despedirme de ti, mi querida Agnes, sin expresiones rocambolescas, sin viudos alrededor, sin más víctima que tu vida. Despedirme de tu presencia en el mundo.
La última vez que te vi, llevabas un vestidito azul para el calor, llevabas una discusión en la radio, inteligente, amena, que se hizo cortita y la queríamos larga... llevabas prisa, llevabas tu hermosa vida brillando.
Uno quisiera tener el don del adivino, cuidar a la gente que quiere, leer los destinos y cambiar el rumbo. Y no. Honestamente no podría vivir así, con el futuro pasándome frente todo el tiempo.
Lo que nos queda es soñar. Y el sacrosanto derecho a cumplirnos los sueños, porque no son individuales, de uno. Soñamos en colectivo, para y con las demás personas, desde muchas realidades.

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Yo estaba sentado en una mesa con Luis Perelman. Era una semana cultural de la diversidad sexual y hablábamos de religión... y tú sentada, impactante, preguntabas, cuestionabas, no te quedaste callada. Desde ese día no lo hiciste y es algo que respeto mucho hasta hoy. Siempre confié en tu punto de vista, en tu opinión y en tu inteligencia.

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Buscaba fotos. Cuando uno hace eso, irremediablemente se encuentra con muchas ausencias, refuerzo mi calidad de fantasma en la vida de las personas que quiero o que he llegado a querer.  Dejo la búsqueda y continúo escribiendo.
Digo que crecimos, digo que caminamos, digo que recuerdo una conversación sobre los corazones rotos y la vida en tu consulturio de Erósfera, empezando 2009 y esas palabras y tu escucha y tu abrazo, no quiero olvidarlos.

El olvido.

Esa palabra de la que todos formaremos parte algún día, y que en tu caso tardará mucho mucho en llegar, porque muchas cosas llevarán tu nombre y tu historia de hoy en adelante, muchas veces tu rostro será eternizado hasta el olvido. Porque todos llegaremos ahí. Pero mientras eso pasa, hay que estirar la memoria, arrancarnos las palabras, continuar la obra. Empujar. Luchar. Caminar.

Esas palabras que tenemos para conjugar.

Ahora puedo decir adiós, Agnes. Compañera. Ahora puedo ponerme los zapatos y seguir y seguir. Caeré, tengo esa certeza, pero algo habrá cambiado. Tu vida generosa y tu espantosa muerte así me lo muestran: tú sola nos has abierto muchas puertas en esta ciudad marchita, en este país lleno de miedo y muerte, tú Agnes amada, ignoraste tu tamaño, como todos quienes te vimos de cerca. Gracias. Nada en tu vida ha sido inútil, tu muerte, lo prometo ante la hoja escrita, ante la vida misma, ante la primavera, florecerá en vida digna, en brillo. En un fuego que nos alumbre, que nos abrase, que nos abrace...

Ahora a nosotros nos toca defender la alegría.

Con amor

Brahim Z.

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