Tengo
tres hermosos gatos en casa, hago lo posible porque su vida conmigo sea digna.
Apoyo las campañas de esterilización, de adopción. Estoy en contra de la venta,
jamás voy a corridas de toros y he firmado infinidad de acciones de apoyo a la
dignidad animal. Estoy a favor de los derechos de los animales.
Recibí
la noticia del “Matagatos” con escalofrío e indignación, la misma que muchos de
ustedes seguramente también sintieron y sienten aún.
Desde
hace algún tiempo, en redes sociales circulan fotos explícitas denunciando ¾exhibiendo¾ a asesinos o
maltratadores de animales, la desgracia es que cada vez son más comunes.
Ahora
nos tocó en Puebla. En San
Martín Texmelucan.
Tiene
nombre, Juan Castillo Pérez.
La
indignación y exigencia por detenerlo y frenarlo involucró a personalidades de
la farándula, a medios nacionales interesados y una movilización en redes sociales
sorprendente.
El
tema está en el mundo.
Y
así es que el gobierno de Rafael Moreno Valle Rosas inició la cacería
del “Matagatos”. Pero como el maltrato
animal está apenas definido y casi anda regulado por los municipios, quienes a
quienes toca sancionar estos actos (a pesar de la insistencia por parte de los
grupos de protección al Congreso) entonces la pena será más bien simbólica.
El
congreso ha intervenido y hará un punto de acuerdo sobre el tema para que la
sanción sea más alta. El “Matagatos” no aparece.
¿Por
qué nos indigna tanto esto y no cuando ocurre con seres humanos?
¿Por
qué el odio explícito, la saña, la crueldad contra las personas no nos duele, y
sobre todo no nos mueve tanto como esto?
Me
indigna. Me desconcierta.
Nos
hemos perdido la posibilidad de creer en nuestra especie, al parecer. Nos hemos
resignado a que los “Matagays” o "Matatrans" (#homofobia, #homofobiapue @orgullopuebla) o los
“Matamujeres” (#feminicidios @Cofempue), por ejemplo hagan lo suyo sin tomarnos
los 10 segundos que implica etiquetar a las autoridades en un tuit.
Si
cada asesinato vinculado al odio por razones de género que se da en Puebla moviera
a la indignación, a la acción, a la presencia mediática, a la acción
legislativa con miras a la prevención y no sólo al cumplimiento de un trámite
“correcto”, al pronunciamiento de la máxima autoridad, pues bueno, habría
al menos una posibilidad para la justicia.
Y
entonces me hago las preguntas que no me respondo aún. ¿Por qué dejó de
interesarnos, de indignarnos?
¿Por
qué el silencio, el desinterés, la apatía?
¿Por
qué cuando descuartizan a una persona, o le sacan los ojos, o fue torturada y
violada no hablamos así de claro y fuerte?
¿Cuál
es la violencia normal y cuál la intolerable?
Me
parece que la angustia por los animales es más bien un pretexto. Con perdón de
quienes legítimamente han asumido la lucha por la defensa de la dignidad
animal, a quienes por su puesto, no me refiero aquí.
Me
parece que hemos encontrado tangentes cómodas, “correctas”, para ejercer
nuestra ciudadanía sin tanto miedo. Sin tanto miedo, a nuestros pares, los
humanos. Pero dejando de lado a nuestros pares, los humanos, las personas y las
causas por las que están siendo asesinadas.
Sigo
preguntándome.
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