Tome un pequeño cuchillo afilado para
partir fruta o rebanar queso.
Prepárese para pelar una manzana roja.
Claro
no cualquier manzana roja.
Sino aquella que usted haya deseado más
de entre todas las manzanas del puesto
del mercado.
Aquella que llevó hasta sus fosas nasales
para aspirar de su piel la fragancia del
antojo.
La dulzura de del deseo.
Y se contuvo de morder solo para sí.
Ahora
pélela con el cuchillo
lentamente
como si en sus manos volviera a crecer.
Al tiempo que lo hace
parta como gajos pequeñas rebanadas del
fruto claro y jugoso.
Coma usted la primera.
La segunda ofrézcala al ser amado.
Coma la tercera y si es muy sabrosa
la cuarta.
Deje que la otra persona saboree los
trozos que usted le da.
Recuerde
puede haber tantas personas como
rebanadas.
Incluso
puede haber más gente que no apetezca más
que estar.
A esta altura
cuando toda la manzana ha sido tocada por
los labios
los dientes
y finalmente tragada:
cuando supo a
lo que sabe en cada boca
que es
diferente porque el gusto de la manzana no depende de ella misma
sino de la saliva que acaricia
y de la mano juguetona que le eligió de
entre las demás
podría parecer que el acto de amor
termina.
No es así:
Deje el cuchillo sobre la mesa
ahora usted comerá de otra mano
de otra manzana…
Septiembre 2014
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