jueves

Los chistes, las preguntas



No permita la Virgen... 03



Cuando el payaso Platanito contó un chiste de muy mal gusto sobre los niños muertos de la Guardería ABC, y el video de su presentación se filtró, una oleada de indignación cubrió las redes sociales de la internet, a tal grado que el actor tuvo que salir a disculparse y aceptar que era un comentario desafortunado.

En ese momento y ahora, creo que Platanito tenía derecho de contar ese chiste. El problema no es que a un imbécil le parezca gracioso decir algo así. El problema en el video, para mí, fue ver un auditorio lleno de gente que le celebró la gracia. ¿Por qué no lo abuchearon o simplemente guardaron silencio frente a tremenda barbaridad? Casi nadie le cuestionó la risa cómplice a toda esa gente.

Ahora, con los hechos de violencia extrema de la Ibero Puebla pasó algo muy similar. Los chistes de mal gusto no se hicieron esperar, mediocres, francamente llenos de lugares comunes del humor negro. Malos en su gran mayoría, o por lo menos sí puedo decir que ya había visto todos los que leí, aplicados a otros hechos de violencia. También en el chiste hay cultura, pues.

El problema en esta ocasión, pienso, fueron las carcajadas y aplausos de focas bobas de los señores comunicadores, opinadores, lectores de noticias, editores de prestigiosos medios de la capital poblana: la nueva audiencia de Platanito con el megáfono de las redes sociales y de sus propios medios.

No hubo capacidad de discernimiento. No hubo siquiera ingenio auténtico: una retahíla de retuits con comentarios más desconcertantes que curiosos fue a lo más que se llegó. Un tremendo espejo en el que cuesta verse como sociedad.

“El humor negro es exquisito. Punto.” Contundente tuiteó (y con los días, borró) el editor de un medio impreso. Sí, lo es. Cuando lo es. Punto. Porque no toda gracejada cruel es humor negro; es como si comparáramos el gazapo de Platanito con un chiste sobre el  Holocausto de Woody Allen o un chiste sexual de Polo Polo con uno de Groucho Marx. Hay parámetros, ¿qué no?

“Perdón si te ofendió” le responde un director de un medio a una tuitera. ¿Es perdón lo que se debe pedir? ¿Perdón por repetir sin reflexionar lo que está ocurriendo, así es como se autonombra columnista y (peor aún) periodista? Justo es el mismo señor que un día antes se desgarraba las vestiduras contra la autoridad municipal por el asesinato de Antonio Haces, del que no hizo escarnio alguno, al contrario, hubo mucha indignación en sus publicaciones. ¿Por qué un acto violento sí es indignante y otro simplemente cagado?

¿Entonces, sobre qué farragoso terreno estamos parados?

La misoginia nunca ha sido erradicada. Está arraigada en nuestra civilización desde su comienzo, hace ya unos 6 mil años. Pero vivir en una cultura misógina tiene sus costos.
Minimizar el acto violento de la Ibero, como el propio comunicado de la autoridad universitaria lo hizo, al ámbito de lo privado es, desde mi punto de vista, un pretexto. Uno para no abordar un problema cada vez más grande y por el que poquito se hace: la violencia de género.
Cuando hablamos de ésta, no nos referimos a la que ejercen hombres contra mujeres, sino la que se ejerce contra alguien por elegir ser un tipo específico de hombre o de mujer o vivir su género de acuerdo a sus valores y no a los principios sociales. Es violencia de género la misoginia, pero también la homofobia.
Y es una violencia terriblemente arraigada en toda la sociedad. 
Se suele pensar que las mujeres víctimas de la misma provienen de estratos sociales pobres y que las personas son menos violentas conforme tienen más preparación o formación académica. Y no, simplemente se construyen maneras más sutiles de agresión que hacen que las relaciones de este tipo pervivan incluso como modelos a seguir, pues siguen condenadas al ámbito de lo privado. El ejemplo de la Ibero es muestra de esto.

Todas las personas en mayor o menor medida hemos sido víctimas y victimarios en una relación erótico-afectiva y eso se debe a que, como el amor-la sexualidad-los afectos, pertenecen a la esfera de lo privado y nunca se habla de ellos de manera clara más que para reafirmar estereotipos, modelos o para censurar a aquellos que pensamos que se debe hablar todo el tiempo de esto. La violencia es un modelo para relacionarnos en el que hemos crecido.

¿Cuánto tiempo debe pasar para que un hombre, un chico, saque un puñal en el espacio público con toda la intención de matar a una mujer que le ha roto el corazón? Mucho. Él debió haber dado varias señales de que iba para allá. Celos exacerbados, comentarios humillantes, frases ambiguas con conceptos como “sin ti me mataré”, “no soy nada sin tu amor” (¿les suena a canción? Pues sí, nuestra educación sentimental está ahí, en las canciones y telenovelas; en los libros en el cine, ya hablaré ampliamente de esto), gritos, amenazas, forcejeos... y el cuchillo. ¿Nadie lo vio? ¿Nadie le advirtió a esta chica del peligro que corría? ¿Era sólo un asunto de dos? ¿Es el destino manifiesto de las mujeres que dicen no? ¿Dónde aprendemos a leer las señales de la violencia, a tomar distancia, a decidir sobre nuestros afectos?

¿Quién le enseñó a este chico que el amor “se gana”, “se conquista”, “que antes muertos que no estar juntos”? ¿Quién le dijo que a las personas se les posee, que debemos someter a quien nos gusta por el simple hecho de que nos gusta? ¿De dónde sacó la idea de “morir de amor”? ¿Qué tan parecido es nuestro pensamiento al suyo?

Amor y violencia son un binomio que debemos separar y sobre el que hay que reflexionar hasta el agotamiento. La gente se mata por amor y eso está del carajo, porque el amor se ha construido como un concepto violento de posesión de la otra persona. Y además seguimos pensando que es de mal gusto intervenir cuando una persona está violentando a otra en cualquier espacio. Es un problema personal, decimos. Y dejamos que la sangre corra sin inmutarnos.

Se habló de un asunto de idiosincrasia para justificar el chistorete: “así es el mexicano, qué se le va a hacer”. Pues no, mexicanas y mexicanos no somos así, somos de muchas maneras y formas, hay a quienes la indignación ante el hecho nos mueve más que el freudiano ocultamiento de aquello que tememos a través de la risa. Y si en todo caso así somos, ¿no valdría la pena sentarse a pensar por qué es que estamos como estamos siendo así: discriminadores, apáticos, indolentes ante el dolor ajeno, ante la desgracia de quien no soy yo o no es como yo; intolerantes ante la diferencia?

¿Nos debería ofender entonces la violencia misógina o no? ¿Deberíamos discernir sobre el origen y las posibles soluciones para este grave problema o simplemente reírnos de esta pareja víctima de la cultura y de una sociedad que exacerba un sentimiento como si fuera un valor y que plantea como vía de diálogo legítima la violencia?

Sólo esta semana hubo siete asesinatos de mujeres en Morelos. Chistosísimo ¿no?

Jodidos estamos si quienes ―ante los hechos dolorosos de la Universidad Iberoamericana  y de nuestro país―, debieran alzar la voz indignada y alertar sobre el tema, sólo se sientan a decir “no es para tanto, son unos chavitos, es una pinche vieja, para qué tanto pancho si pasa todo el tiempo... ya viste el chiste de...”. 

Debieran echarse un clavado a sus propios miedos, prejuicios y valores antes de opinar. Nos harían un favor. Además de ponerse a leer a verdaderos humoristas y ver menos el show de Platanito, por supuesto.


Publicado originalmente en Periódico Central el 19 de agosto de 2012



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